Prólogo
En los
albores de la creación, cuando el mundo aún era joven y las primeras
civilizaciones apenas comenzaban a erguirse, un mago caminaba entre los
mortales. Era joven de rostro, pero su alma cargaba el peso de 400 siglos. Su
nombre era desconocido para la mayoría, y quienes lo veían simplemente lo
llamaban "El Sabio", sin saber que el tiempo y el conocimiento
acumulado lo habían convertido en algo más que un humano común.
La
eternidad había sido su maestra. Con el pasar de los siglos, el mago había
aprendido de cada rincón de la tierra, de cada vida humana efímera y del
silencio de los bosques. Había perfeccionado sus habilidades no solo para
sobrevivir, sino para comprender el verdadero sentido de la existencia. Y en su
soledad, en un momento inesperado, decidió tomar a su lado a un compañero
insólito: un demonio poderoso, una entidad que, en cualquier otro contexto,
sería temida y repelida por los hombres.
Este
demonio no había sido domado a través de la violencia o el sometimiento brutal;
más bien, había sido atado con una cadena de plata pura, un símbolo de honor y
respeto que el mago había forjado. Era una unión más sutil y misteriosa, que se
basaba en una fuerza invisible, creada no por fuerza física, sino por la
voluntad y la comprensión profunda del mago sobre la naturaleza de ambos.
El demonio,
al principio, odiaba cada segundo de aquella unión. Había probado su poder en
incontables ocasiones, había tratado de destruir aquel lazo de plata con furia
incalculable, pero el mago siempre lo trataba con paciencia, sin burlarse ni
enojarse ante su resistencia. Para el demonio, esta era una experiencia
desconcertante; jamás había sentido tanta calma en presencia de un humano.
Con el
tiempo, esa calma empezó a desmoronar su odio, como gotas de agua erosionando
una piedra. El mago compartía con él historias, pensamientos y observaciones
sobre el mundo y los humanos, cosas que parecían insignificantes pero que, de
algún modo, alcanzaban las capas más profundas de su ser.
El mago,
durante sus largas caminatas por el mundo, compartía con el demonio reflexiones
que parecían tan sutiles como una brisa y, sin embargo, poseían la fuerza de un
río subterráneo. A veces, mientras cruzaban un bosque denso o bordeaban un río
tranquilo, el mago hablaba en voz baja, como si no esperara respuesta alguna.
Narraba recuerdos de antiguas civilizaciones, historias de amor y tragedia, de
reyes caídos y héroes olvidados.
Para el
demonio, estas palabras eran un tormento extraño. A menudo se resistía, cerraba
sus pensamientos y recordaba su odio hacia los humanos. Pero, con cada
historia, surgía en él una inquietud, una sensación desconocida que lo asustaba
más que cualquier poder. Sabía que, de algún modo, cada relato dejaba una
huella en su ser, una marca que no podía borrar.
Con el
tiempo, algo en el demonio comenzó a cambiar. Notó que, en las ocasiones en que
el mago ayudaba a algún humano o sanaba a algún animal en sus viajes, ya no
sentía el impulso de desprecio que antes lo caracterizaba. Al contrario, se
encontraba observando con una curiosidad que jamás había experimentado. Para
él, la maldad era su naturaleza, el odio hacia la humanidad era tan natural
como respirar; y, sin embargo, esa misma naturaleza empezaba a desvanecerse,
lentamente, imperceptiblemente, bajo la presencia del mago.
El vínculo
que los unía no era una prisión de fuerza bruta, sino una conexión de propósito
y paciencia. Y el demonio, a pesar de su resistencia, comenzaba a descubrir lo
que significaba vivir junto a un ser que no buscaba su sumisión, sino su
compañía.
Con el paso
de los siglos, el demonio empezó a sentir que su existencia había cambiado de
una manera que no podía comprender. Aún recordaba su antigua furia, la fuerza
brutal que lo había definido; sin embargo, la presencia del mago, su paciencia
y sus enseñanzas, habían empezado a desdibujar esa oscuridad. Y, aunque no
podía explicarlo, comenzó a temer lo que podría encontrar si el lazo de plata
algún día se rompiera.
El mago,
por su parte, observaba en silencio la evolución de su compañero. Sabía que el
demonio aún libraba una batalla interna, resistiéndose a la compasión que, sin
darse cuenta, crecía en su interior. Pero el mago no tenía prisa; comprendía
que las transformaciones más poderosas ocurrían lentamente, como el curso de un
río que, con el tiempo, forja su camino entre las rocas más duras.
Un día,
mientras ambos observaban el ocaso en una llanura silenciosa, el mago habló,
con esa serenidad que ya le era natural. "Algún día, esta cadena dejará de
existir", dijo, con una leve sonrisa. "Y cuando llegue ese momento,
sabrás lo que realmente significa estar libre."
El demonio
no respondió. Se limitó a observar el horizonte, sin saber si aquella libertad
que alguna vez había anhelado aún tenía algún valor. Quizá, pensó, su lugar no
estaba en la furia desatada, sino en la calma que había encontrado junto a
aquel extraño y sabio humano.
Así, los
dos siguieron caminando, unidos por una cadena de plata, no por imposición,
sino por un lazo invisible de comprensión y transformación. La verdadera magia,
pensaba el mago, no era la de los hechizos ni las fuerzas sobrenaturales, sino
la de encontrar propósito en aquello que una vez temimos o despreciamos. Y así,
en silencio, ambos caminaron hacia el siguiente destino, con una paz que ni el
demonio ni el mago hubieran imaginado en sus inicios.
Capítulo
1: La Cadena de Plata.
El demonio
aún recordaba el instante en que la cadena de plata lo había envuelto por
primera vez. Había sentido el frío del metal y la energía de un hechizo antiguo
atravesando su esencia, sellando un vínculo que jamás había imaginado posible.
En sus primeros días de servidumbre, su único deseo era liberarse, arrancar
aquella cadena y destruir al mago que lo había sometido con tan inesperada
facilidad.
Sin
embargo, cada intento de romper el lazo resultaba inútil. La cadena, con su
brillo suave y casi etéreo, resistía incluso sus mayores esfuerzos. Era
frustrante; no podía comprender cómo algo tan delicado podía ser tan
resistente, tan inmune a su fuerza descomunal. Más allá del hechizo que lo
unía, sentía la presencia del mago de una forma que nunca había experimentado
con otro ser. Había algo en la mirada tranquila del mago que lo descolocaba.
Al mago no
parecía importarle su rebeldía. Caminaba con calma, siempre en silencio,
dejando que el demonio agotara sus fuerzas en su lucha por liberarse. De vez en
cuando, el mago giraba y le dedicaba una sonrisa suave, sin rastro alguno de
burla o superioridad, lo que solo enfurecía más al demonio. En cada sonrisa,
sentía una paz incomprensible que lo desconcertaba profundamente.
Los días se
sucedieron, y el demonio se dio cuenta de que sus ataques y rugidos no
afectaban en nada al mago. Aquel humano simplemente avanzaba, como si su
compañía fuera la cosa más natural del mundo. En esos momentos de rabia
contenida, el demonio se preguntaba qué buscaba el mago al sostenerlo en esa
cadena, qué ganaba al mantenerlo cerca, sin someterlo ni maltratarlo.
Entonces,
en uno de sus arranques de furia, cuando el demonio estaba al borde de su
resistencia, el mago se detuvo y le habló por primera vez.
"No
estoy aquí para doblegarte, ni para usar tu poder en mi beneficio," dijo
el mago con voz tranquila. "Estoy aquí para mostrarte un propósito que aún
no comprendes."
El demonio,
desconcertado, lo observó sin entender. Aquellas palabras le parecían una
trampa o un intento de manipulación. Pero en la mirada del mago no había sombra
de engaño, solo una honestidad que le resultaba tan abrumadora como la cadena
que lo ataba.
A partir de ese momento, las palabras del mago resonaron en la mente del demonio. ¿Propósito? Para él, la idea de tener un propósito iba en contra de su naturaleza. Los demonios existían para la destrucción, para sembrar caos, no para cuestionarse el sentido de su existencia. Pero ese humano extraño parecía convencido de que había algo más allá de lo que él mismo comprendía.
Mientras continuaban su travesía, el demonio se fue haciendo más consciente del mundo humano que los rodeaba. Villa tras villa, atravesaban poblados donde los humanos llevaban vidas sencillas y frágiles. Eran seres que, a sus ojos, carecían de fuerza y poder, y sin embargo, sus rostros mostraban sonrisas, sus manos se extendían en saludos, y sus ojos se iluminaban al reconocer al mago.
Era la primera vez que el demonio veía respeto en el rostro de aquellos mortales hacia alguien que poseía poder, y no miedo. Aquel humano, que caminaba a su lado sin imponerse, despertaba algo en los aldeanos que el demonio no podía entender. A menudo, veía cómo las madres traían a sus hijos enfermos, cómo los ancianos le entregaban pequeñas ofrendas de agradecimiento, y cómo los jóvenes se arrodillaban en señal de respeto.
El mago, siempre con la misma calma, aceptaba los gestos y, de vez en cuando, se detenía para ofrecer ayuda. Sanaba enfermedades con un toque sutil, purificaba pozos contaminados con una palabra en susurros, y curaba a los animales heridos con la misma delicadeza que mostraba hacia el demonio. A través de estos actos, el demonio comenzó a sentir algo inusual; una inquietud que no había experimentado antes, como si observar aquellos actos removiera algo profundo en su ser.
Una noche, mientras el mago descansaba cerca del fuego, el demonio rompió el silencio.
"¿Por qué lo haces?" preguntó, su voz resonando con una mezcla de curiosidad y desconcierto.
El mago lo miró con serenidad. "Porque cada vida tiene un valor, incluso las más pequeñas y frágiles. Ayudar es una forma de encontrar paz en un mundo donde el dolor es constante."
El demonio permaneció en silencio, tratando de procesar lo que aquellas palabras significaban. Paz… Aquella era una palabra que jamás había tenido sentido para él. Pero ahora, en presencia de aquel mago y en el reflejo de cada acto de bondad que observaba, comenzaba a vislumbrar un significado, uno que lo incomodaba y, al mismo tiempo, lo atraía de una forma que no podía resistir.

En lo personal la primera parte lo tome como una metáfora. Simplemente puedo decir que es muy bueno 👌🏼
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